Cuando Haití fue azotado por un devastador terremoto hace más de 5 años, la comunidad internacional se volcó con el país más pobre de América. A la capital, Puerto Príncipe, llegó la promesa de miles de millones de ayuda extranjera.
Pero pese a esos compromisos -no siempre cumplidos-, el país sigue sumido en la pobreza y no ha conseguido superar la inestabilidad política.
De hecho, muchos creen que las elecciones parlamentarias que se celebran este domingo y que han sido postergadas por más de medio año, podrían estar marcadas por la violencia política.
Los cerca de seis millones de haitianos convocados a las urnas deberán elegir 119 diputados y 20 senadores entre los más de 1.800 candidatos registrados, en unos comicios que son vistos como una prueba de la estabilidad del país.
En enero de 2010, el mundo vio en sus televisores y en internet las imágenes de destrucción que dejó el terremoto de 7,0 grados de magnitud.
Conmocionados por las ingentes cifras de víctimas -se cree que más de 250.000 haitianos perdieron la vida, 300.000 resultaron heridos y más de 1,5 millones tuvieron que ser desplazados-, casi la mitad de los hogares estadounidenses contribuyeron con las organizaciones que se comprometieron a trabajar en la reconstrucción de Haití.
La imagen se repitió en todo el mundo: campañas de ayuda, compromisos de gobiernos y planes de organizaciones internacionales.
Naciones Unidas calcula que desde el terremoto, los donantes internacionales prometieron más de US$10.000 millones de ayuda. Más de la mitad de ese dinero ya ha sido gastado.
El Congreso estadounidense calcula que si al dinero comprometido hasta ahora se le suman los montos de ayuda previstos hasta 2020, la cifra ascendería a los US$13.400 millones.
Miles de refugiados
Y todo ese dinero ayuda a mantener a miles de organizaciones no gubernamentales extranjeras que operan en Haití.
Pero más de un lustro después, miles de haitianos siguen viviendo en campos de desplazados, donde tienen acceso limitado o nulo a servicios básicos, como agua, inodoros, servicios de salud y escuelas.
De hecho, pese a todas las organizaciones extranjeras que operan en programas de ayuda en el país, algunos haitianos nunca han salido de los campos que fueron creados justo después del terremoto.
Otros viven en barriadas sin agua corriente, electricidad ni alcantarillado.
Pero aunque algunas familias nunca se recuperaron del azote del terromoto, las agencias de ayuda humanitaria trasladaron sus recursos de la ayuda de emergencia a proyectos de reconstrucción de largo plazo.
La Fundación Clinton es una de las organizaciones extranjeras que lidera los esfuerzos de reconstrucción en el país. Ha sido un donante activo desde el terremoto.
"República de ONGs"
Mientras que el expresidente de EE.UU. Bill Clinton fue enviado especial de Naciones Unidas a Haití, su esposa, Hillary Clinton, tanto como secretaria de Estado como a través de la Fundación Clinton, ha tratado de mantener la atención internacional en lo que pasa en el país.
Los críticos a los programas de ayuda como los que promueven los Clinton argumentan que en Haití se ha desarrollado una cultura de dependencia de las ayudas y que los sistemas de gobierno del país son débiles en parte porque el personal de las ONGs y los organismos internacionales está desempeñando funciones que deberían llevar a cabo las autoridades locales.
Un informe del Insituto Estadounidense de Paz sugiere que Haití es una "República de ONGs", capaz de quedarse con lo mejor del talento local ofreciéndoles salarios más altos de los que el gobierno puede permitirse.
Otras críticas incluyen las acusaciones de que la mayoría de la ayuda estadounidense se ha destinado a contratos con compañías de ese país o que los empleados de muchas organizaciones que trabajan sobre el terreno no hablan francés ni la lengua local, el creol.
También se han dado casos de donaciones a las que se han descontado gastos administrativos por parte de las organizaciones antes de ser entregados a otra ONG que, por su parte, también impone sus gastos.
"Seis casas con US$500 millones"
Y a principios de este año, una información de la agencia independiente estadounidense ProPublica y la radio pública de ese país, NPR, sostenía que de los cerca de US$500 millones que recaudó la Cruz Roja estadounidense para Haití, sólo salió una serie de proyectos mal gestionados y de dudoso éxito.
"La Cruz Roja asegura que ha provisto de casas a más de 130.000 personas, pero sólo ha construido seis casas permanentes", indica el artículo de NPR.
Y pese a que Haití sigue siendo el país más pobre de América con un producto interior bruto per cápita de US$846, los datos de los últimos cinco años no son desalentadores.
Según el Banco Mundial, la asistencia de los niños al colegio tras el terremoto se incrementó del 78% al 90%.
Y entre 1980 y 2013, la esperanza de vida de los recién nacidos subió 12,3 años. Además, hay proyectos que claramente han transformado la vida de sus beneficiarios.
Pero Haití sigue lejos de romper el círculo de su pobreza crónica y estásumamente rezagado respecto a su vecino caribeño, República Dominicana, con quien comparte la isla de la Española.
Si hace medio siglo ambos países tenían PIB per cápita similares, hoy en día hay una gran brecha entre ellos.
Además, pese a tener una población similar en cuanto a tamaño, República Dominicana tiene más de 500.000 empleados gubernamentales frente a los menos de 60.000 de Haití.
Las pobres infraestructuras, una historia de interferencias extranjeras, la represión e inestabilidad política crónica y la enorme desigualdad se suelen citar como motivos por los que Haití no consigue levantar cabeza.
Pese a los esfuerzos de la comunidad internacional, es probable que muchos de sus problemas subyacentes sigan siendo un lastre para el país en los próximos años.