¿Aceptarías que con el instrumento del diablo te invitara a almorzar comida embalsamada seguida por la bebida de Satán?
¿O te sentirías más cómodo si te llamara por teléfono para invitarte a comer a mi casa, preparara platos con ingredientes congelados y luego te sirviera un café?
Cuando los teléfonos aparecieron, los suecos los llamaron "el instrumento del diablo", "porque representaba una amenaza para las relaciones comunitarias: sentían que los estaba desconectando", le contó a BBC Mundo Calestous Juma, del Centro Belfer para la Ciencia y Asuntos Internacionales del Harvard Kennedy School, en Estados Unidos.
"En vez de encontrarse a charlar frente a frente, este aparato los alejaba", agrega.
Durante 16 años, Calestous estudió seis siglos de controversias disparadas por la innovación y plasmó lo aprendido en el libro "Innovación y sus enemigos: por qué la gente se resiste a las nuevas tecnologías".
"Esa es una de las formas en que a quienes no les gustaban los productostrataban de demonizarlos, llamándolos con nombres poco atractivos".
Ecos de esta estrategia se pueden escuchar hoy en día: los cultivos transgénicos, por ejemplo, son apodados "frankencomida" o comida de Frankenstein.
Otra táctica eran las campañas de desprestigio, y uno de los blancos fue el tractor.
"Fueron muy polémicos porque realmente transformaron la vida en las granjas. La gente solía usar animales como fuente de energía y parte de la producción era alimentarlos. Los animales estaban completamente integrados al día a día".
"Además, los animales se reproducen así que la gente tenía el control de las fuentes de energía. La llegada de los tractores significó que los granjeros tenían que conseguir la maquinaria de otra persona y tenían que comprar repuestos", explica Juma.
Así que hubo protestas, "y con razón: los animales se reproducían, los tractores se depreciaban".
Y esto nos vuelve a llevar al ejemplo de los alimentos transgénicos, una de las varias grandes polémicas que enfrentamos.
¿Catástrofe o salvación?
"Para satisfacer las necesidades de la creciente población mundial en un planeta en cambio climático, las esperanzas de la humanidad penden de la introducción de tecnologías transformativas, pero el progreso puede ser impedido por la obstrucción irracional al cambio", señala Juma.
No obstante, esa obstrucción no siempre se puede tachar de irracional.
El temor, por ejemplo, a que cultivar dependa de grandes compañías multinacionales dueñas de las semillas o de que las plantas poco a poco vayan perdiendo su capacidad de reproducirse naturalmente, no se debe calificar como irracional y seguir adelante sin consideración.
Juegan con cosas que no tienen repuesto"
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Así como en el caso del tractor, algo muy básico está en juego, y en este caso, fundamental: la comida.
"Cuando la gente se opone a los productos, tienen razones para hacerlo. Y eso es lo que digo en el libro. No debemos desestimar a la oposición diciendo que son ignorantes. Debemos escuchar y considerar si estamos concordamos con sus argumentos o no", aclara Juma.
"La gente no se opone a las cosas porque son nuevas. Se opone porque perciben una pérdida potencial".
La bebida del diablo
Juma identificó cuatro categorías que aplican a muchos casos de resistencia al cambio: intuición, intereses creados, argumentos intelectuales y factores psicológicos.
"El café es un ejemplo interesante porque muestra diferentes razones de la oposición", señala el director del Proyecto de Ciencia, Tecnología y Globalización de Harvard.
"Fue introducido en Medio Oriente y tuvo un impacto en el poder, pues la gente empezó a intercambiar opiniones en las cafeterías, en cambio de esperar a oírlas de las autoridades religiosas. Éstas empezaron a sentir que estaban perdiendo influencia".
No sólo intercambiaban opiniones, también información.
"Hubo un incidente, por ejemplo, en Turquía, en el que el sultán Murad IV mató a su padre y se nombró líder. Lo hizo en secreto, pero eso no evitó que el rumor corriera y se discutiera al calor de un café. Cuando Murad se enteró, cerró todas las cafeterías".
En ese caso, fue un asunto de poder.
"Pero luego el café empezó a entrar en Europa. La oposición era distinta: en Reino Unido y Alemania se debía a que el café estaba compitiendo con la cerveza. En Francia e Italia, con el vino y la leche".
Era un tipo distinto de oposición: económica.
Todos pueden tener razón
Juma subraya que en muchos casos se trata de puntos de vista que, aunque opuestos, son justificados.
"Cuando se comprobó que el DDT era nocivo para algunas aves en el hemisferio norte, surgió una propuesta de vetarlo. Lo que no se tuvo en cuenta fue que no había otra alternativa para controlar los mosquitos portadores de malaria en el trópico".
"Hay informes de que en ciertas áreas ha aumentado la incidencia de paludismo. Ese es un caso en el que no hubo un diálogo más amplio. Podríamos haber pensado en desarrollar un sustituto para controlar la malaria".
"Realmente se necesita un diálogo global, y si no lo tenemos, las cosas pueden terminar muy mal", sentencia.
La destrucción creativa acelerada
El libro de Juma será lanzado en una evento muy apropiado: la conferencia de la Sociedad Schumpeter en Montreal.
Joseph Schumpeter fue el economista que popularizó el concepto ideado por el sociólogo alemán Werner Sombart de la "destrucción creativa", el efecto que tiene la innovación en la economía de mercado.
Lo nuevo destruye a lo viejo, y los emprendedores son los que impulsan un crecimiento económico sostenido a largo plazo.
Pero además, "Schumpeter era consciente de que cuando surgen nuevas tecnologías, sus productores se exponen a ser atacados o a que se bloquee su creación".
"Y esa parte no ha sido muy explorada: la oposición".
Ese fue el aspecto que Juma desarrolló y, toda esa historia que recorrió, también le permitió vislumbrar lo que puede ser el futuro.
"Históricamente, las nuevas tecnologías han tenido impactos negativos pero también han hecho contribuciones positivas".
"Si tomas la cuestión de si destruyen empleos, históricamente, han destruido algunos pero creado otros. Y en el pasado, el ritmo de la destrucción y la creación era casi el mismo, así que la Economía podía seguir creciendo".
"Yo sospecho que hoy en día, el ritmo del cambio es más rápido que capacidad de adaptación de la sociedad".
Por ello, teme que las consecuencias de las nuevas tecnologías probablemente serán más dramáticas de lo que lo han sido hasta ahora.
"Eso intensificará el debate y la oposición, al extremo de que incluso las que son beneficiosas puedan ser sofocadas", alerta Juma, cuya firme opinión es que los creadores tienen la responsabilidad de trabajar con la sociedad para evitar que esto pase.
"Cuando la comunidad tiene la oportunidad de participar en el proceso de la toma de decisiones, no la rechaza.
"El otro punto es que el impacto de casi todas las tecnologías antes era localizado -en una comunidad o en una región-. Hoy el impacto es global, por ende, necesitamos una conversación global".