Se les llama los "niños dejados atrás". No se los considera abandonados porque sus padres, pese a estar a varios kilómetros de distancia, no pierden contacto con ellos.
Se trata de 61 millones de niños cuyos padres han salido de las áreas rurales de China para ir a trabajar a las ciudades, mayoritariamente en fábricas, pues allí es donde gran parte del poderío económico chino se ha erigido.
En la mayoría de los casos, los niños quedan al cuidado de familiares, generalmente a cargo de sus abuelos.
Sin embargo, no todos corren con esa suerte.
El corresponsal de la BBC en China, John Sudworth, visitó un humilde hogar en una de las remotas regiones de China.
Allí viven Tao Lan, de 14 años, y su hermano menor.
Además de ayudarlo con su tarea, la adolescente se encarga de las labores del hogar y de cultivar una parte de sus alimentos, pues viven solos.
Sus padres viven en otra parte de China y los van a visitar una vez al año.
"Cuando estás triste o molesta por algo que pasó en la escuela ¿debe ser duro no poder contárselo a tu papá o a tu mamá?", le preguntó Sudworth a Lan.
La niña miró hacía el suelo y con la voz entrecortada respondió: "No les puedo contar porque mi mamá y mi papá llevan una vida dura fuera. No quiero que se preocupen por mí".
Cuando crezca (…) llevaré a mis hijos a mi trabajo para que podamos estar juntos"
Y las lágrimas le empezaron a brotar.
Pese a llevar sobre sus hombros la responsabilidad de un adulto, Lan conserva la vulnerabilidad de un niño.
El precio del crecimiento
En algunas escuelas, hasta el 80% de los alumnos están creciendo sin sus padres al lado.
Tras años de registrar un crecimiento económico de dos dígitos, China se ha expandido gracias al aporte de los millones de trabajadores que han dejado las zonas rurales.
Pero el precio de esa movilización de mano de obra, aseguran los expertos, lo están pagando los niños.
Se trata de un problema social que el Partido Comunista ha hecho poco por solucionar.
Y es que todo comenzó tras la dramática transformación de China que dejó su pasado agrario para abrazar su presente industrial.
En la fábrica
El periodista de la BBC visitó otro hogar en una zona rural.
Si no hubiese impedimentos legales, lo traeríamos con nosotros"
Allí viven Tang Yuwen, de 11 años, su hermanito, dos primitos y su abuela.
"Mis padres no viven aquí. Trabajan en otra ciudad, en fábricas haciendo ropa. Sé que les cuesta mucho hacer dinero, pero los extraño mucho. Es muy doloroso", dijo el niño.
En la fábrica, su padre está sentado frente a una máquina de coser. Pese a años de servicio en su línea de producción, resulta casi imposible que deje su estatus oficial de inmigrante dentro de su propio país.
Y eso se traduce en que, como otros millones, a sus hijos no se les permite asistir a las escuelas ubicadas en la localidad donde él y su esposa trabajan.
Mientras comían, en un restaurante, el corresponsal de la BBC les mostró la entrevista que había hecho con su hijo, a varios kilómetros de distancia.
Fue un momento duro para ellos. La última vez que lo habían visto fue hace cinco meses.
La madre no puede evitar llorar. "Estoy muy preocupada porque no estoy con él, me preocupa su seguridad. Si no hubiese impedimentos legales, lo traeríamos con nosotros".
"Cuando crezca"
Naciones Unidas estima que más de 900 millones de personas en todo el mundo han dejado sus lugares de origen para trabajar en otras ciudades y países. Atrás han dejado a sus hijos.
Pero el caso de China es dramático por el número de menores de edad que está creciendo sin sus padres.
Muchos de ellos solo se reencuentran con sus progenitores por pocos días durante la celebración del año nuevo del calendario chino.
"Quisiera que pudieran llevarme con ellos. No quiero vivir separado (…) Pero no puedo hacer nada, no los quiero molestar. Si los llamo, los molestaré. No tengo nada que hacer, solo esperar", señaló Tang Yuwen.
"Cuando crezca, no me iré de acá, esta es mi casa. Quiero hacer algo grande, quiero ser un jefe, dirigir una fábrica. Y llevaré a mis hijos a mi trabajo, para que podamos estar juntos".
El gobierno chino admite que es un problema grave, pero hasta que a los padres no se les dé los derechos de ciudadanía, el costo verdadero de cada producto "Hecho en China" no se medirá solo por el precio sino por la secuela en esos niños.