Con la apertura de las respectivas embajadas en Washington y La Habana este 20 de julio, algunos cubanos cautelosos esperaron que otros cubanos igual de cautelosos, mostraran algún tipo de exaltación.
Lo que todavía no logramos desentrañar es por qué algunos cubanos creen que otros cubanos pueden festejar lo que a ellos, ni atados, se les ocurriría.
Alguien está esperando que alguien prenda una chispa de verdadero entusiasmo. Todos al acecho del momento.
Pero por ahora ninguna conga arrolló (expresión usada para describir los bailes de carnaval). Ninguna caravana estrepitosa recorrió los municipios del país, sumando compatriotas al jolgorio.
En realidad, nada de eso tendría por qué ocurrir y es justo que así haya sido.
Cuba tiene una cantidad de celebraciones gratuitas acumuladas que si comenzara a cosechar éxitos por lo que resta de siglo, debería apertrecharse en un rotundo silencio. Para balancear el karma, digo yo.
Otros muchos cubanos, intentando rebajar lo acontecido, con la saludable lima sorda de la mesura, recordaron que nada había cambiado.
Y pasaron lista. La Habana seguía sin internet, muy poca comida en las mesas, salarios insalubres, telefonía latifundista, et al.
Sin cambios reales
La intención se agradece, pero pensar que durante el 20 de julio iba inmediatamente a cambiar algo, es un error.
Las efemérides son los días de asueto de la historia, las fechas en que no sucede nada, en que los acontecimientos todos se detienen y posan para la foto.
Detrás de este 20 de julio hay tanto cuerpo roto, y tanta y tanta brega, que solo me sale un festejo tímido. Más por el viejo orden que desaparece que por el estado actual, que todavía no es ninguno. Y, en rigor, nadie puede celebrar la nada.
Por otra parte, delante hay tanta bruma, que mientras más miro, menos veo.
De lo único que puedo dar fe, me temo, es de lo que sucedió el propio 20 de julio.
Una muy folclórica –hasta el tuétano– jornada de reapertura de la embajada cubana en Washington. Como si todos nuestros tragicómicos y patéticos rezagos se hubieran dado cita, para despedirse de una vez. O eso quiero creer.
Me quedo con tres –solo con tres– instantes estupendos.
1) El cantautor Silvio Rodríguez, miembro de la delegación oficial, propone en sus declaraciones una nueva consiga: "Cuba sí, yanquis también."
Lo primero es que la única consigna lógica a estas alturas sería la de "por favor, ni una consigna más".
Lo segundo es que, si algo parece condenado a muerte natural con la reapertura de las embajadas, son justamente las consignas partidistas, sobre todo si tenemos en cuenta que lo que potenció la proliferación de las consignas fue la situación a la que este 20 de julio le acaba de dar el tiro de gracia.
Y lo tercero es que decir "Cuba sí, yanquis también" supone que con la sola reapertura de relaciones los yanquis dejaron de ser todo lo que Silvio Rodríguez, o lo que Silvio Rodríguez representa, ha dicho siempre que son. El engendro del mal en el mundo.
Es decir, que sea lo que sea Estados Unidos, ya ha dejado de serlo. Hasta los menos fervorosos en la denuncia global, como yo, creen que decir eso es decir demasiado y es errar.
2) El artista Alexis Leyva (Kcho), orondo, se tomó una foto con la bandera del 26 de julio frente a la Casa Blanca, no sabemos si en un acto performático o de reafirmación revolucionaria, aunque no deben existir dos cosas más parecidas. Como si le hubiesen tendido una trampa a Kcho y el pobre hubiera picado sin falta.
Ningún gobierno debiera prohibir gesto tan infantil y anodino como el que Kcho ejecutó.
Al contrario, es ganancia neta. Ni la libertad que hay en Estados Unidos, sea cual fuere, ni la que hay en ningún lugar, se define por episodios tan insustanciales. Si es cierto que en Estados Unidos hay libertad, será cierto por otras cosas, no por esas.
Que cabriolas semejantes sean permitidas crea un efecto ilusorio, porque reprimirlas, sin embargo, sí es puro y duro abuso de poder.
Como en Cuba tal cosa sería impensada, Kcho no ha hecho más que permitirle a los Estados Unidos que sin esfuerzo ponga de manifiesto su benevolencia y, por contraste, recordar la profunda y sobre todo bruta intolerancia del gobierno de nuestro país.
Si esto fuese un juego, pudiéramos decir que el gobierno cubano siempre pone al bobo. Kcho posa con su bandera y termina dándole créditos a quien no quiere dárselos.
Y Tania Bruguera planea su performance en la Plaza de la Revolución y las fuerzas policiales la apresan, la despojan, la retienen en Cuba y la vuelventrending topic.
Pero esto no es un juego. Es algo muy serio. Y me avergüenza que un cubano pueda hacer en país ajeno lo que otro cubano no puede hacer en el suyo.
3) Diego Tintorero, un exiliado que durante los últimos 15 años trató de boicotear varios eventos deportivos donde participaban equipos cubanos, picó más alto esta vez.
Se lanzó a gritar improperios frente a la nueva sede diplomática y desparramó pintura roja que escondía bajo su ropa –por Dios, otro performance–, queriendo representar "la sangre que se ha derramado en Cuba y en Latinoamérica, y también sangre americana, a causa del régimen de Fidel Castro".
Luego Tintorero fue apresado, luego le levantaron cargos, luego fue puesto en libertad bajo palabra y luego se declaró seguidor de Martin Luther King. Uno tiene la impresión de que dijo Luther King como podría haber dicho B. B. King.
Ojalá que a partir de este 20 de julio, tanto la ínsula como el exilio tengan para ofrecerle a Cuba algo mejor, más levemente refinado, más noblemente astuto, que Kchos y Tintoretos.
Si así fuera, solo si así fuera, yo arrollaría hasta el hartazgo en la conga que no llega.
Carlos M. Álvarez es un periodista cubano que escribe una columna semanal para la revista OnCuba. También ha colaborado con revistas latinoamericanas como Malpensante y Gatopardo.
http://www.bbc.com/mundo/blogs/2015/07/150723_voces_desde_cuba_carlos_alvarez_embajada_eeuu