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Ella suspiró, tomó aire, y se cortó la comunicación. Eran las 22:10 del jueves y como todas las noches hablaban por teléfono.
Ella suspiró, tomó aire, y se cortó la comunicación. Eran las 22:10 del jueves y como todas las noches hablaban por teléfono.
Bernardo Solano dejó de escuchar a su novia Brenda Sen, sabía que había un problema pero nunca imaginó la tragedia que se avecinaba.
Su pareja, y sus suegros, son tres de las 300 personas que se estima siguen desaparecidas a tres días de un deslizamiento de tierra en la localidad de Santa Catarina Pinula, 15 kilómetros al sureste del centro de Ciudad de Guatemala.
Hasta el domingo se habían recuperado 131 cadáveres, varios de ellos ya están enterrados en el cementerio del pueblo.
El domingo, Bernardo era uno de los que hacía cola allí para entregarle a un empleado municipal un papelito de tinta roja con el nombre del fallecido y el número del nicho asignado.
Bernardo tenía tres: Astrid, Nelson y Rony. Tres hermanos de su novia que fallecieron y él mismo encontró escarbando desesperado el sábado por la tarde.
Buscaba como casi dos millares de personas entre toneladas de tierra, lodo, escombros, restos de viviendas, coches. En medio de una masa inmóvil, difícil de penetrar e inundada de muerte.
Cabizbajo, desolado, agotado después de tres noches sin dormir, mantiene un hilo de voz y ya perdió la esperanza de encontrarla con vida, pero quiere su cuerpo para darle sepultura.
Bajo un cielo plomizo y una lluvia intermitente, camina desencajado por entre las tumbas de un cementerio convertido en un sitio aun más trágico y triste.
Más de una decena de empleados de la municipalidad, algunos montados en andamios, trabajan sin parar para tapar los nichos.
Llega el turno de la familia Sen, llegan parientes, conocidos.
Tres mujeres hechas una debajo de un paraguas, cada una rosa en mano, lloran desconsoladamente. Llantos desgarradores de gente que no tenía nada y lo perdió todo.
"Por qué, por qué, por qué", grita una de las tres hermanas que sobrevivieron al residir en otra parte de la ciudad.
Bernardo no mira, se sienta y se toma la cara.
La familia de su novia llevaba años preocupada por la zona en la que vivían.
Sabían que el humilde caserío de El Cambray II, entre dos laderas y atravesado por el río Pinula, estaba en territorio vulnerable por lo que años atrás habían pedido ayuda a las autoridades locales para poder mudarse pero no recibieron respuesta.
"Ellos iban a salir de ahí, iban a irse a otro lado por el temor de la montaña. Era algo que les preocupada", le dice Bernardo a BBC Mundo.
"Incluso habían pedido ayuda a las autoridades municipales", agrega, "pero no les hicieron caso. Dijeron que sí, pero pasaron los años y nada".
Su vivienda, construida de forma irregular, tenía un primer nivel de bloques de cemento y un segundo de chapas, y fue una de las más de 100 que desaparecieron tras el alud.
Allí estaba Brenda, de 25 años, hablando con su novio dos años mayor de los planes que tenían para irse a vivir juntos a fin de año.
Habían ahorrado, tenían en vista un terreno y en dos semanas iban a hacer el anuncio frente a sus padres.
Cuando se cortó la llamada, no dejó de insistir porque sabía que había algo pasado y preocupado por no tener respuesta, pasada la medianoche fue desde su casa en Santa Catarina Pinula hasta El Cambray II.
Hasta ese momento no sabía qué había pasado. Desde ese instante sólo dejó el lugar de la tragedia cuando el sábado por la noche las autoridades dieron por finalizadas las tareas de rescate por el día.
El domingo, a medida que la zona del rescate se iba haciendo aun más vulnerable, se prohibió al acceso a voluntarios y a periodistas.
Apenas un reducido grupo de socorristas y decenas de máquinas excavadoras hacían el trabajo.
El día antes, cuando Bernardo encontró a los familiares de su novia, en un principio pensaron que se trataba de Brenda.
"Nos habían dicho que era ella, mi novia, pero no, después resultó ser mi cuñadita, la pequeña. Tenía 14 años", cuenta Bernardo.
"Pensábamos que los íbamos a encontrar vivos, pero no. Fue terrible. Las esperanzas ya se terminaron, sólo podemos encontrar los cuerpos, eso es lo que buscamos".
Habla de salir adelante, de que va a costar, de sueños truncos y de planes que ahora no se van a poder concretar.
Complicados por cuestiones de trabajo, él es carpintero y ella empleada de una tienda de ropa para niños, se habían visto por última vez el lunes: un paseo por la Plaza del Obelisco.
Desde el viernes que nadie sale con vida de entre el barro y ni socorristas, ni familiares parecen esperar ya por un milagro.
Pero Bernardo no tiene pensado moverse: "Hasta que digan que ya no se busca, voy a permanecer acá. Hasta no ver los cuerpos no me voy de aquí".
Bajo la lluvia, este domingo se quedó en silencio mirando cómo colocaban la última fila de ladrillos en el nicho.
El ataúd, una de la tantas donaciones que llegaron en medio de una masiva campaña de solidaridad de los guatemaltecos, ya estaba dentro.
A un costado, una serie de trabajadores preparaban más mezcla y más ladrillos para la próxima tanda, y atrás ya aguardaba otro grupo de familiares para enterrar a sus seres queridos.
Un empleado de la municipalidad terminó de colocar una capa de cemento y con un palo escribió el nombre del fallecido.
Todos llevan el funesto 01/10/15, una fecha que en esta comunidad dejó una huella profunda y trágica.